viernes, 28 de enero de 2011

Yo también estuve allí

En el fondo del océano, donde los sueños rotos se hunden hasta yacer inertes.

En el centro de la ciudad, donde las luces ciegan y eclipsan, ante una marea de caras desnudas.

Tras la falsa sonrisa de aquellos que no buscan más que el interés a través de cualquier medio.

En la última parada del metro, como un transeúnte, mendigo, sin limosna en el submundo.

Una fría mañana de domingo, sin propósito, en la que no eres capaz de zafarte de las sábanas que te envuelven en la cama.

Un juego de sombras, persecución de fantasmas.

Un teléfono que no suena, o que quizá cuando rompa su silencio, nadie responda.

La complicidad entre dos miradas que juegan al esquivo.

Una carrera de obstáculos en la que muchos llegan a la meta valiéndose de todo tipo de artimañas.

Aquella piedra que lanzaste al vacío.

Ese camino del que en el último momento te bifurcaste.

El eco del desgarrador grito que parte de las entrañas.

Aquel tren que perseguías y perdiste en el último momento, impotente testigo de su despiadada huida.

La moneda que lanzaste al aire en busca de un golpe de suerte.

La tórrida tarde de un día de verano, la piscina a la que nunca te zambulliste.

El oído que no escuchó.

La mano que nunca se tendió en tu ayuda.

La espalda de aquel que marchó.

La lágrima que se desliza a través del páramo de tu rostro, sucumbiendo ante la comisura de unos labios huérfanos, pues no tienen quién besar.

Las notas de la canción que bucean en tu cabeza, sin oxígeno.

La estrella fugaz que otra noche esperabas.

Ese día lluvioso postrada en el sillón, sin saber muy bien en qué o quién pensar, escuchando en cada gota el adiós de una ilusión.

La hoja del árbol que cualquier otoño viste caer, posándose sobre el húmedo suelo, del revés, de espaldas al cielo.

La ígnea luz que encendiste y nunca se extinguió, petrificada.

El deseo que al apagar el fuego de una vela no pediste.

Ese sueño truncado a medio camino, ese sueño que trataste de volver a soñar y que cayó en el olvido.

El viaje que no tuviste valor de emprender, la maleta que dejaste vacía, todo aquello que temías dejar atrás.

El secreto que atesoras en lo más profundo de tu interior.

El lápiz que quedó sin punta con la que escribir un par de versos.

La brisa que azota tu ventana rompiendo el silencio en un susurro lejano.

Aquellas noches al volante atravesando una carretera iluminada por la luna, solitario satélite, sin acompañante.

El epílogo de ese libro que no terminaste de leer, cubierto de olvido en una estantería de tu habitación.

Ese día que se repite una y otra vez, círculo vicioso del que no sabes cómo escapar, cautiva de la rutina.

He estado en todos esos lugares. Soy cada una de esas llamadas sin respuesta. La otra cara de la moneda. El café que dejaste a la mitad, frío sobre la mesa. Y sé, que un día cualquiera, quizá mañana, puede que nunca, nos encontraremos el uno al otro, el otro al uno. Aguarda, no hay prisa, aunque durante la dura espera solo pueda esbozar media sonrisa.

2 comentarios:

Sara Fullera dijo...

Me encanta tu blog Carlos. El problema es que me meto poco porque tengo poco tiempo y no me paro a leer entradas tan largas. Pero en cuanto se me presenta por delante una hora libre vengo aquí y me leo todas las entradas acumuladas de la última vez. Sigue escribiendo y pensando así.

Carlos dijo...

Muchas gracias Sara! La verdad es que las entradas tan largas echan un poco para atrás, nos pasa a todos. La verdad es que no escribo muy amenudo, a golpes de pseudoinspiración. Me alegro mucho de que te guste lo que lees por aquí,yo también me he pasado más de una vez por el tuyo, y me ha gustado bastante, así que igualmente, sigue así ;)

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