miércoles, 28 de abril de 2010

Vomitando pensamientos inconclusos

Una dicotomía moral se avecina a los aledaños de mi atormentada mente, me siento impotente ante un mundo tan maravilloso como injusto y despiadado, no le faltaba razón al filósofo inglés Thomas Hobbes cuando dijo que el hombre es un lobo para el hombre.
¿Merece la pena vivir atormentado por la complejidad e injustica en el mundo, o vivir en la ignorancia e intentar ser feliz?

Por un lado me siento tremendamente frustrado. Tengo una incontenible inquietud por conocer todo lo que rodea, por aprender, intentar comprender la inabarcable realidad presente, y la que me ha precedido. Soy consciente de que es imposible dar explicación y causa a todo el acontecer, además, siento como el ansia de cultura se traduce en aislamiento, ostracismo social, no sé por qué tengo esta estúpida sensación de aburrirme al hablar de temas cotidianos sin la mayor transcendencia, conversaciones anodinas sin más sentido que sentirse humano.
Un repulsivo impulso primario me recorre al saber que las patrias y el sentimiento exacerbado de nacionalismo no son más que meras construcciones, que realmente el hombre trasciende las fronteras, que las guerras actuales libradas por los países occidentales (USA) no son más que un sucio negocio del que una élite se aprovecha a costa del sufrimiento y sometimiento de pueblos y del propio ejército, todo ello bajo la bandera de la libertad y la democracia, el sistema político menos malo, a través del cual se han cometido atrocidades de todo tipo, genocidios, limpiezas étnicas, apoyo a regímenes corruptos... La mayoría de convenciones y arbitrarias concepciones sobre nuestra sociedad nos son impuestas sin que nos cuestionemos su validez o su origen. Qué hacer cuando el esbozar una sonrisa se convierte en un esfuerzo titánico.
Envidio a la gente que vive sin preocuparse por el sistema en el que vive, que solo se preocupa por conseguir un trabajo, formar una familia y ser feliz con lo que tiene.
Por qué en la sociedad de la información brillantemente creada por Gore, y reproducida por la UE sin tapujos, me siento absolutamente solo, un ente sin alma, sin calma. Un producto de la publicidad, que creía que por llevar un estúpido logo en la ropa, y comprar todo tipo de cosas inútiles era más feliz.

Supongo que soy un empedernido apocalíptico, un amargado resignado a vivir así. Sé que hay cosas buenas en el mundo, el amor, del cual desconozco el significado desde hace mucho tiempo, la amistad, la familia, la naturaleza, la música, la literatura, el arte en definitiva, y un largo etcétera.
Me repugna saber que algunos hombres pisotean al resto por conseguir el mayor dinero posible, o por el color de piel. Que la mayoría del mundo vive en la miseria y esclavitud mientras otros en la opulencia y abundancia. Qué pena, ha habido un terremoto en Haití, qué pena esos pobres negritos desnutridos que muestra el informativo, qué mundo tan cruel, para qué hacer algo si nada va a cambiar, mejor olvidar que el resto del mundo existe, que solo el hemisferio norte en su parte occidental es digno de ser tenido en cuenta, los demás son los extraños, los que hablan raro, los que comen cosas asquerosas y tienen costumbres ridículas.



El mundo seguirá girando con o sin nosotros, lo somos todo y no somos nada.

Es mejor vivir en la más vil ignorancia, no cuestionarse nada, para qué…, pasar el tiempo libre en la caverna encadenados al mundo sensible de la televisión y de las mediaciones. Mejor escuchar las mismas fórmulas estereotipadas que nos dan a modo de lista de los 40 éxitos en la radio, o disfrutar en las noches de la original música e instructiva cultura de las discotecas. Para qué preocuparse de otras cosas si tienes un físico envidiable, con el que se puede conseguir todo.
El mundo seguirá girando y no aprenderemos de nuestros errores, tropezaremos una y otra vez en los mismos obstáculos, olvidaremos la historia ya que el presente y futuro se encuentran bajo la nueva religión tecnológica, solución a todos los problemas, incluso de los países del tercer mundo. Expresión por cierto, surgida tras la no alineación de algunos países en la Guerra Fría a los dos bandos antagónicos, quizás hubiera sido mejor dejar de preocuparnos por la bomba atómica y aprender a amarla, como decía el Doctor Strangelove en una sublime película de Kubrick, para vivir bajo tierra, y empezar de nuevo tras la devastación nuclear.
Dónde están los dioses cuando el mundo se desmorona, es mejor creer en una existencia sobrenatural que explique lo que a nosotros se nos escapa, es preferible esperar una vida nueva después de la terrenal en un paraíso entre nubes. Muchos necesitan creer en algo que transcienda lo racional, materializado en un ser ficticio que todo lo controla desde la absoluta equidad, y nuestro Dios es el verdadero, el resto de religiones en el mundo no merecen consideración, ya que poseemos la verdad absoluta. Y cómo no, la Iglesia siempre velará por nosotros, tendremos una vida pre-programada, aún más si cabe, con todo tipo de ceremonias, con el cumplimiento de los mandamientos en el caso cristiano, una vida supeditada a un ente invisible, que nos ayuda en el día a día a eliminar nuestras penas.
Quizás deba volver a creer en Dios, ya que puedo ser calificado de comunista ateo. Somos proclives a categorizar el mundo, para facilitar su comprensión, síntoma de nuestra incapacidad para controlar su inmensidad.

Seguiré siendo un visceral y deshumanizado constructo post-moderno.
Me gustaría compartir una canción de mi grupo favorito, What I've Done de Linkin Park, el videoclip es sobrecogedor además de servir de perfecta ilustración para este texto.

lunes, 26 de abril de 2010

Logorama

En esta ocasión me gustaría compartir un cortometraje de producción francesa, ganador del Oscar de 2009. Es un cliché del panaroma mundial, liderado por las grandes multinacionales, y rodeado de logotipos y publicidad por doquier.
Me ha parecido una caracterización muy ilustrativa, a la par que concienciadora, del universo empresarial, los estereotipos cinematográficos hollywoodienses, así como del catastrófico destino al que podría llevar el vertiginoso ritmo de la sociedad e industria actual.

Parte 1


Parte 2

domingo, 18 de abril de 2010

Globalización, monocultura, publicidad, identidad y ocio

"La televisión está alterando el significado de la expresión “estar informado”, al crear un tipo de información, que para ser más exactos, habría que calificar como desinformación. Y estoy empleando esta palabra casi en el mismo sentido en que es utilizada por los espías de la CIA o de la KGB. La desinformación no significa información falsa, sino engañosa, equívoca, irrelevante, fragmentada o superficial; información que crea la ilusión de que sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento”.
(Neil Postman, “Divertirse Hasta Morir")
Las corporaciones se han convertido en una institución socializadora más, nos dan virtudes, que podemos comprar. Nos convierten en compradores compulsivos de productos que no necesitamos, de esta forma el crear deseos para satisfacer necesidades ficticias se hace común, así como la filosofía de la inutilidad, centrada en aspectos insignificantes de la vida, individuos que solo se preocupan de cuántas necesidades creadas son capaces de satisfacer, personas aisladas.
El objetivo de la publicidad es moldear desde la infancia a la gente, la cultura popular cada vez está más ligada a la cultura de los medios y de los productos publicitados. Los niños cada vez están más influenciados por la cultura televisiva y publicitaria, ya que esta industria gasta 12.000 millones al año en atraer y encadilar a un sector tan rentable y a la vez permeable como el infantil, de ahí la dificultad y a veces imposibilidad de los padres para detener esto.
Las corporaciones no crean productos, sino marcas, un producto tremendamente invasor al que estamos expuestos a diario mediante un incesante bombardeo de mensajes explícitos y encubiertos de marcas. El culto al logotipo y al estatus que ficticiamente nos confiere el llevar un cocodrilo cosido al pecho. (Documental: The Corporation)

Publicidad y construcción de la identidad

La publicidad y el fenómeno globalizador "han desarrollado" una nueva identidad, que se erige como la meta deseable para todos y cada uno de nosotros, una identidad compuesta por elementos tan superfluos como pueden ser el llevar una marca de vaqueros, el conducir un deportivo, el fumar una marca de cigarrillos, o el poseer un exclusivo teléfono móvil con diamantes incrustados.
No más allá de la realidad, ni siquiera el color y el sexo son elementos absolutos de la identidad, con más razón, por tanto, todos los demás son todavía más relativos, y más ficticios. Esta identidad ansiada, y reflejada en nuestros televisores, como una utópica y alcanzable forma de vida, solo puede ser abrazada a través de la compra de todo tipo de productos, de la satisfacción de necesidades creadas, y mediante la inclusión en grupos de pertenencia, cargados de estereotipos, los cuales se identifican a través de productos que cualquiera de nosotros podemos comprar. Por tanto, la identidad que se nos pretende inculcar, es un mero instrumento publicitario para engrosar la cuenta de resultados de las grandes multinacionales, y en muchos casos a costa de la explotación de trabajadores en fábricas situadas en países del tercer mundo, y cómo no, de la contaminación del medio ambiente.
Todo ello conduce irremediablemente al esclavismo consumista de una nueva sociedad en la que el concepto identitario en una mera cuestión banal. Podemos despertarnos, tomar Corn Flakes para desayunar, vestir un polo Tommy, conducir nuestro Ford, almorzar en Mac Donals, socializar a través de Facebook, cenar en Fosters Hollywood, salir al cine y ver una película de la Fox mientras bebemos nuestra Coca Cola, y al llegar a casa ver Los Simpsons. De esta forma solo hemos alimentado a una industria y a una cultura, sin darnos cuenta, de manera inconsciente.
Esta es la verdadera monocultura que aparece como caballo de Troya de la globalización.

Ocio y Consumo


El ocio se ha convertido en sinónimo de compra, los grandes centros comerciales y las cadenas de comida rápida se han convertido en nuestros espacios de recreo y distensión, en espacios de socialización con nuestros congéneres. Todo ello en detrimento de la cultura, lectura, escuchar al otro, hablar sobre nuestras preocupaciones y problemas…, en contrapartida, no tenemos reparos en comentar las hazañas de los héroes de barro televisivos, o por presumir de nuestro nuevo teléfono de ultimísima generación. Pobre del que no conozca las últimas andadas del personaje de turno de Gran Hermano, o del que todavía no haya ingresado en el paraíso narcisista de las redes sociales.

No soy un apocalíptico a lo Umberto Eco, antiamericano ni anticapitalista, no soy comunista, tampoco anarquista, en definitiva, soy uno más, un hipócrita, aunque al menos, sé lo que soy.