sábado, 20 de noviembre de 2010

Tiempo

Un molesto sonido nos despierta haciendo trizas nuestro idílico sueño, allá donde cada cual es su único dueño.

Una vez hecha añicos esta barrera nos encontramos prisioneros en un mundo de locura y desenfreno.

Bajo los grilletes del tiempo y el reloj, grabados a fuego en nuestro interior, para contabilizar así hasta el último segundo de nuestra acción.

La dictadura más subliminal comienza cada despertar.

El tiempo camina inexorable, las infatigables agujas del reloj no cesarán de detentar el poder hasta llevarnos a un futuro incierto y deplorable.


Sólo queda esperar una caída inminente, vivir bajo el yugo de su neguentropía inmanente.

Ciudadanos de una cárcel sin muros, tras una careta bajo la cual creemos vivir seguros.

Poseídos por el reloj que marca nuestro pulso desde la muñeca, el tic tac se funde con los latidos del corazón, como el director de orquesta que dicta el ritmo con su batuta.

Tiempo libre como tiempo de trabajo, atravesar la vida como una flecha buscando la diana a través de cualquier atajo, autómatas en la vorágine de la ciudad, baile de máscaras en cada semáforo.

El tiempo es oro, lo perdemos y ganamos, muchas veces por su falta nos lamentamos, como si pudiera cogerse de la nada, como si fuera un tesoro.

Horarios, agendas, alarmas, puntualidad, panacea de la civilización occidental.

Olvidar el futuro, vivir el presente, expropiar el mundo.

Qué legado quedará para que nuestros hijos puedan alcanzar la felicidad, sino un mañana con fecha de caducidad.

Carrera hacia el abismo, competición contrarreloj, para qué mirar atrás, por el espejo retrovisor.

Coches más veloces, comida rápida, tecnologías instantáneas, información en diálisis ininterrumpida a través de nuestro ordenador, modas pasajeras en busca de un canon absurdo de belleza superior.

Postmodernidad, filosofía de usar y tirar, psicología de la necesidad.

El pasado cae en el olvido, la historia yace convaleciente en su lecho de muerte, no queda memoria para honrar a esos vetustos héroes que fueron tan valientes.

Aceleración de los ritmos de vida hasta llegar a la locura, desanclaje, sincronización, mímesis, ni un ápice de cordura.

¿Cuándo volveremos a pensar, resta un solo instante al día para la reflexión?

¿Procesaremos la información que recibimos, o seguiremos consumiéndola en ingentes cantidades como si de un producto más se tratara?


El péndulo continuará oscilando implacable, mientras que nuestros viejos hermanos siguen muriendo en silencio, ante la aquiescencia del resto.

Los Papalagi despreciamos a aquellos lejanos bárbaros que castigan al tiempo con sus atroces rituales, pobres de nosotros al ignorar que así se convierten en seres inmortales.

Alzheimer en un mundo abrumado, civilización caótica que se vanagloria de caminar hacia atrás cada vez más rápido.

El tiempo nos atrapa, como poseídos por espíritus malvados, se nos escapa, como serpiente en dedos mojados.


“Hay más tiempo entre el amanecer y el ocaso del que un hombre pueda gastar”.