miércoles, 1 de septiembre de 2010

Un mundo feliz en 1984

Los príncipes habían, por decirlo así, materializado la violencia; las repúblicas democráticas de nuestros días la han vuelto tan intelectual como a la voluntad humana que quiere sojuzgar. Bajo el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al alma, hería groseramente el cuerpo; y el alma, escapando de sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él; pero, en las repúblicas democráticas, no procede de ese modo la tiranía; deja el cuerpo y va derecho al alma. El señor no dice más: "Pensaréis como yo, o moriréis —sino que dice—: Sois libres de no pensar como yo; vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis; pero desde este día sois un extranjero entre nosotros. Guardaréis vuestros privilegios en la ciudad, pero se os volverán inútiles; porque, si pretendéis el voto de vuestros conciudadanos, no os lo concederán y, si no pedís sino su estima, fingirán todavía rehusárosla. Permaneceréis entre los hombres, pero perderéis vuestros derechos a la Humanidad. Cuando os acerquéis a vuestros semejantes, huirán de vosotros como de un ser impuro; y quienes creen en vuestra inocencia, ésos mismos os abandonarán, porque huirán de ellos a su vez. Idos en paz, os dejo la vida, pero os la dejo peor que la muerte.


 Alexis de Tocqueville. La democracia en América, vol. I, 2a parte, cap. 7.
Después de un verano fructuoso en cuanto a lecturas se refiere, me gustaría analizar y comparar dos novelas  que, ambientadas en un Londres futuro, constituyen los ejemplos más conocidos y representativos de la distopía o anti utopía: 1984, del periodista y escritor inglés George Orwell, y Un Mundo Feliz, del también prolífico escritor inglés Aldous Huxley. Además de comentar brevemente las aportaciones más recientes a estos clásicos de la literatura, como son las del norteamericano Neil Postman en su mordaz ensayo Divertirse hasta morir (1991), así como la película de François Truffaut, Faherenheit 451 (1966), basada en la novela con idéntico título de Ray Bradbury, publicada en 1953.

Es esencial tener muy en cuenta los respectivos contextos culturales, sociales y políticos en que sus autores estaban inmersos para comprender holísticamente sus obras: 1984 vio la luz en 1949, siendo escrita en plena II Guerra Mundial, época en la que los Totalitarismos amenazaban al mundo. Por su parte, Un Mundo Feliz se publicó a principios de la década de los 30’s, concretamente en 1932, tras los felices años 20 norteamericanos y el Crac bursátil del 29.

En cuanto a la obra Un Mundo Feliz (el guión de la película Gattaca [1997], de Andrew Niccol, está inspirado en ella), Huxley vislumbró una sociedad en la que el concepto de individuo no tenía cabida. Todos y cada uno de sus habitantes disfrutan de la perpetua felicidad. Un estado en el que ya no hay madres ni padres, ni por ende familia. Es la ciencia médica la que se ocupa de fabricar ciudadanos en serie en una cadena de montaje en la que se establece la inteligencia de las personas según su futura función social. Desde los Alfa, los más inteligentes, ocupados de cargos políticos y  dirección, hasta los Épsilon, alienados como fuerza bruta de arduo trabajo. El fin de estos grupos en la sociedad no es otro que el consumo, alimentar al sistema, han sido concebidos expresamente para esta instrumental y deshumanizadora  tarea. Esta visión completamente estática de la estratificación social establece un escenario en el que no hay visos de movilidad social ascendente para los desafortunados estratos Épsilon. Al contrario, son meros eslabones que implícitamente aceptan su condición sin resignación, al no ser conscientes de estar defenestrados en el último escalafón de la sociedad. Un símil que también podría aplicarse a un sistema educativo que no fomenta la autorrealización personal, la capacidad de relación y la crítica, sino que fabrica individuos con saberes estancos y que aprehenden la Historia como “una colección de hechos muertos”. Una educación que a la postre reproduce las desigualdades que existen en la sociedad.

Sin embargo, ningún habitante de esta distopía siente tristeza ni descontento por su situación, sino que al contrario, no pueden imaginar su vida de otra manera. Esto es debido a que han sido condicionados mentalmente mediante las más modernas técnicas de ingeniería emocional. Todo concepto de soledad e independencia es considerado como contrario al bien del conjunto. Todo ello se traduce en una sociedad hedonista en la que se puede dar rienda suelta a todos los impulsos, pues no hay tabúes con respecto al sexo, todo lo contrario, se fomentan las relaciones sexuales con cualquier persona, pero no la pareja ni el matrimonio. Una de las pulsiones que según S. Freud más reprimidas son en la sociedad y ante la cual la olla a presión de nuestro cerebro responde sublimándolas a través de la cultura. Por ello en esta sociedad no hay represión a unos impulsos que podrían transformarse en cultura. Además, para asegurar que el sistema funcione a la perfección, no hay represión ni violencia contra los que infringen la conducta estipulada, sino que se suministran drogas para provocar placer. Cada vez que un mal sentimiento  aflige a una persona, tiene a su disposición una tableta de soma para aliviar sus penas: la droga más perfecta, “el cristianismo sin lágrimas”.

La vejez ha sido suprimida, y los individuos han sido manipulados desde pequeños para considerar a la muerte como una mera fase más de la vida, por lo que creer en Dios no tiene el menor sentido. Ha sido sustituido por su fordidad, al mismo tiempo que los crucifijos han sido recortados para formar la “T”, en alusión al primer modelo de automóvil lanzado por Henry Ford que inauguró el modelo de producción industrial capitalista por antonomasia durante gran parte del siglo XX, el fordismo. Todo ello provoca la existencia de una realidad idílica en la que no se piensa, no hay tiempo en soledad para este menester. El hombre se convierte en un medio para un fin mayor, que no es otro que la ciencia. Estableciéndose una fe ciega en el progreso a través de las innovaciones científico-tecnológicas. El pasado se olvida, al igual que el arte.

Puede que a estas alturas a más de uno le parezca que Huxley fue un auténtico visionario. Su analogía del sistema capitalista de producción fordista y de la sociedad de consumo de masas no podría estar más de actualidad. La publicidad y los medios de comunicación ejercen una enorme influencia desde que somos niños, pues nos socializamos insertos en la cultura de masas capitalista que fomenta el consumo competitivo y la bourdiana distinción a través de la compra de modos de vida. Además, merced a las nuevas tecnologías instantáneas de la información y la comunicación, vivimos en diálisis permanente a un mar de información en el que estamos perdidos, navegando a la deriva. La mayoría prefiere la desidia, no pensar, pasar el tiempo libre entretenidos, divirtiéndose. Como reza el título de otro libro de Neil Postman, vivimos en Tecnópolis, donde la tecnología como plataforma para el entretenimiento ha remplazado a la cultura. Por tanto, para qué censurar o prohibir libros, si nadie los va a leer, para qué infligir dolor o pánico si se puede suministrar placer. Como sostiene Manuel Castells: La manipulación de las mentes es mucho mas eficaz que la tortura de los cuerpos.


En la novela de Orwell podemos encontrar la otra cara de la moneda, complementado de una manera  gratificante la lectura de la anterior. La pesadilla orwelliana está formada por un gobierno tiránico que deroga todo atisbo de libertad, dirigido por el partido interior y bajo la atenta mirada de El Gran Hermano. Un sistema formado por el ministerio de la verdad, que se ocupa de la mentira y  la manipulación, el ministerio del amor, que se dedica a la tortura y a infundir terror, el ministerio de la paz, que como podrán suponer hace la guerra, y el ministerio de la abundancia, que se encarga de la economía. Paradójicamente, no hay más que escasez de todo tipo de bienes de consumo de primera necesidad en esta economía, aunque está claro que nos harán creer lo contrario. El Insog (socialismo inglés en neolengua) es el sistema político reinante en Oceanía, territorio unificado y de vasta extensión formado por Inglaterra, Estados Unidos y Australia, entre otros. Oceanía esta siempre en guerra, en una estrategia de movilización social y justificación política que ya usaran los príncipes a través de su propaganda oficial impresa. Ya sea en guerra contra Eurasia o Estasia -aunque cambie el enemigo- siempre asimilaremos que hemos estado en guerra contra el mismo imperio.  

Como lacayos del Insog encontramos a la policía del pensamiento, que persigue con ahínco el crimental (crimen del pensamiento en neolengua). Qué es la neolengua os preguntaréis. Es la mejor forma de control del pensamiento, de la historia y de la sociedad. Qué mejor forma de borrar el pasado que desarrollar un nuevo lenguaje reducido a su mínima expresión en el que no hay cabida para palabras que vayan en contra de la doctrina impuesta. Téngase en mente la mítica frase de Ludwig Wittgenstein: “Los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo”.

Otro de los logros más efectivos es el doblepensar, que consiste en el hecho de olvidar  y olvidar que olvido. Así no quedará reminiscencia alguna de pensamientos inapropiados. Aderezado todo ello con un aparato de propaganda y control social tremebundo. Tele pantallas con cámaras que nos vigilan en busca de disidencia desde el rincón más inesperado; los dos minutos de odio diarios; consignas como las siguientes: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La Ignorancia es la fuerza” repetidas hasta la saciedad; lavados de cerebro; y como colofón final la vaporización, es decir, la eliminación de todo aquel individuo del que se tenga el más mínimo ápice de sospecha, será borrado de la faz de la tierra, nunca habrá existido. Lo más importante es cambiar el pasado a gusto del sistema, para así controlar el presente, y por efecto domino, el futuro.

Esta obra de Orwell bien puede valer como fabula que denuncia a todos los totalitarismos, tanto de izquierdas como derechas. Aunque son evidentes las referencias al comunismo estalinista, al igual que en Rebelión en la granja, también de Orwell. (Como curiosidad, el grupo musical Pink Floyd sacó a la palestra un álbum titulado Animals, basado en la Rebelión en la granja de Orwell, un disco en el que cada canción tiene como nombre un animal de este libro). Una crítica visceral a la propaganda estatal y a las fórmulas de control, censura y represión social que convierten a la Historia en una mera caricatura coleccionable de “hechos muertos”. Una pesadilla en la que los derechos y libertades fundamentales son coartados por el más vil aparato estatal de manipulación y control.

Este fue el vaticinio de Orwell dadas las circunstancias en que escribió su novela. Puede que se equivocara con los protagonistas, ya que por fortuna, la sociedad occidental en la que vivimos no llegó a tales desmanes en 1984. No obstante, tampoco estaba muy desencaminado, ya que la Guerra Fría sentó las bases de una propaganda continua, en ambos bandos, que alentaba el miedo popular al invierno nuclear y que perseguía cualquier forma de crítica a través de los servicios de espionaje (KGB y CIA). En la actualidad, encontramos regímenes dictatoriales o aparentemente democráticos. Corea del Norte es el mejor ejemplo. Aunque en occidente, y más concretamente en el escenario de 1984, Londres, podemos encontrar una de las ciudades más controladas del mundo a través de cámaras y cámaras como excusa de seguridad ciudadana y lucha contra el terrorismo a costa de libertades múltiples. Ya nos advierte Armand Mattelart en su libro: Una sociedad vigilada. Aunque el hecho más preocupante a mi parecer es la red satelital desarrollada a raíz de la Guerra Fría, y más concreta y recientemente el proyecto Echelon de los Estados Unidos, inquieta, y mucho. Por no mencionar el software espía que se cuela en nuestro ordenador. Lo que está claro es que el mensaje de Eric Arthur Blair (George Orwell es su seudónimo) ha calado muy hondo, constituye una auténtica oda a la libertad, una advertencia y denuncia sin igual.


En el prólogo de Divertirse hasta morir (Roger Waters, miembro de Pink Floyd, publicó un álbum en 1992 bajo el titulo Amused to Death, basado en el ensayo de Postman), Neil Postman defiende la idea de que Huxley se puede adaptar mucho mejor a los tiempos actuales que Orwell, y en base a esta tesis desarrolla su ensayo. Para este sociólogo estadounidense la política se ha convertido en un estólido espectáculo a través de la televisión. Esta ha contribuido inexorablemente a que la cultura de la imagen reine sobra la de la palabra. No importa realmente lo que dice un político, pues es el más puro espectáculo, el show business. En los informativos los temas se tratan de forma banal, se pasa de un tema a otro sin profundizar, todos los contenidos están enfocados hacia la diversión, el entretenimiento y el espectáculo. No hay esfuerzo ni reflexión por parte del televidente, sus neuronas no responden, es mejor dejarse llevar y no pensar. Postman se pregunta de qué nos reímos y por qué hemos dejado de pensar. Un servidor no podría estar más de acuerdo son él.

En cuanto a la adaptación al cine por parte de Truffaut de la novela de Bradbury, Fahrenheit 451, no queda más que realizar una breve reseña. Sin embargo, hay bastantes ideas que se pueden sacar en claro. Esta película nos abre una ventana hacia una sociedad en la que el cuerpo de bomberos, la brigada Fahrenheit 451 (temperatura a la que arde el papel) se dedica a calcinar libros en lugar de socorrer incendios. La causa de esta contradictoria acción radica en que los libros son considerados como instrumentos del libre pensar, de la individualidad, objetos inservibles al crear mundos ficticios que nos apartan de la realidad y nos pueden infundir tristeza al ver truncadas estas esperanzas en la miseria de la realidad. Además los libros también podrían dar pie a sentirnos superiores  al resto a través de la cultura, y esto no es admisible en una sociedad en la que todos deben ser iguales a la fuerza. En este mundo la gente vive feliz en sus urbanizaciones de viviendas unifamiliares en diálisis permanente al televisor. El propio protagonista, Montag, reflexiona a través de la metáfora de la criba y la arena acercad de la sobre abundancia de información y nuestra incapacidad para asimilarla.

Como conclusión final, me gustaría recomendar estas cuatro estupendas obras a todo el mundo, matizo, a todo aquel que quiera pensar por sí mismo para así entender un poco mejor el caótico mundo en el que nos movemos y de paso huir de vacuos y decadentes soportes de entretenimiento de masas e individuos atomizados.