martes, 11 de enero de 2011

Dibuja el camino, traza la línea, no creas en el destino

Sendero de oportunidades y desengaños. Carrera de fondo que parte de una cueva repleta de sombras, bajo el fuego de una solitaria antorcha. Verdad y mentira, hermanas e hijas de cada uno de nosotros, inseparables amigas, juegan inocentes en el patio trasero de casa. Peldaño tras peldaño, unos sufren, al ostracismo condenados, sonámbulos que pernoctan en el sótano. Mientras tanto, otros en ascensor vuelan hacia el ático.

Cuántas puertas cerramos ignorando a aquellos que quedan atrás, en el olvido. Paso a paso en un lúgubre y estrecho pasillo, repleto de habitaciones, cual caja fuerte de combinaciones. Fortín inexpugnable donde brotan nuestras inquietudes, temores, sueños, esperanzas, deliberaciones. Red que arrastra e internaliza cada palabra hacia algún paraje donde las ideas brotan. Escultor y demiurgo de precisas manos. Concibe un arquetipo, que en su torno gira y gira, sin cesar.

Cada persona, el centro de un universo, la verdad absoluta en cada uno de nosotros. Qué somos frente a un océano de inconclusión, no más que polvo, una partícula insignificante que el viento no vacilará en arrastrar.

Por cada amanecer, su inevitable ocaso. Día y noche se funden como secretos amantes cuando el reloj marca las doce. Dos manecillas que durante segundos coinciden en un mismo instante y lugar. Apuntando en la misma dirección, hacia el norte. Dos miradas que iluminan la serpenteante ruta. Halagüeños presagios. Viaje en el que el sol se hunde perezoso, hasta que su último haz de luz bucea en el fondo del océano. Criaturas submarinas buscando con ahínco un tesoro oculto. Reminiscencia de piratas y luchas encarnizadas, atrapadas en las páginas del vetusto libro de la Historia, entre dos polvorientas tapas. Cofre de preciado oro, escondido tras las piedras con las que cada día tropezamos. Mas así nos mantenemos en vilo, como un funambulista guardando el equilibrio, evitando caer al abismo.

La sonrisa de un niño, las arrugas de la experiencia y sabiduría del anciano abuelo. Cicatrices como vestigio de mil batallas perdidas, en las que nuestra faz quedó curtida. Claudicó, hincó la rodilla, firmó el armisticio, se postró la razón frente a la emoción. Las pulsiones que nos catapultan a actuar cual animales encerrados en una angosta jaula. Inquietante lugar donde hay hombres que se arrastran para que la mayoría disfrute de libertad. Paradoja, contraposición, disparidad, antagonismo, antítesis, desigualdad. Sinónimos de la vida. Unos nunca tienen suficiente, otros solo sal para las heridas.

Las gotas de lluvia y llanto mojan nuestra piel, haciéndonos sentir el pulso. Inhalar, exhalar, bocanadas de vivencias puras. Caer para volver a estar en pie. Competición contrarreloj. Ansiamos hallar alegrías que llenen de víveres la despensa, en sus rincones plagada de telarañas. Una criba en la que tratamos de atesorar recuerdos, mas es imposible retener todos y cada uno de los granos, la arena se nos escapa. Anécdota, simplificación, efímera felicidad, sinrazón.

Una llama que paulatinamente se agota. En cuanto las nubes descarguen su rabia y purifiquen el suelo de la miseria gota a gota. Borrón y cuenta nueva. Construir con manos manchadas de sangre una faraónica empresa. Para que en un manojo de años el terremoto de la codicia lo destruya. Usar y tirar. Almas en oferta, rebajas en amor y amistad, sin garantía.

Continentes de hombres sin contenido. Países de autómatas sin respiro. Narcotizados por el fuego que borra los errores, jamás habrán acontecido. Excepto por aquellas cenizas, rescoldos, que al igual que el polvo en el que tornaremos, abrazarán el cielo para yacer en manos de alguien arrepentido.

Tantas preguntas, tantas respuestas. Tantas verdades, tantas mentiras. Sitas en una inaccesible montaña. Enterradas por cada níveo copo. Blancura inmaculada, sepultada desmesura.

Quizá mañana, vivir en un callejón, vagabundo en cada urbe, inquilino de una sola noche, flanqueado por las murallas del burgo. Aguardando tomar asiento en un frío andén. Polizón sin billete, ni siquiera de ida. Mero azar, baile de máscaras, rostros fugaces, aleatorias despedidas. Último tren. Ferrocarril sin destino, estación tras estación, nómada sin camino. Vagando por un desierto rebosante de aquella arena que escapó de la criba. En misión de exploración, se vislumbran espejismos, exhaustos por el sofocante calor, un reducto de agua, espejo de un ente sin alma, sin calma.

Alrededor de la verde e idílica hierba de la pradera, una cabaña se erige en la colina. Calcinándose se encuentra su interior, a la espera de un alma vecina. La brújula guía al caminante sin camino, despistado a través de bancos de niebla, hacia el norte. El desenlace de la función se interpreta en el cénit, punto más lejano, del horizonte.

Lugar que será arduo alcanzar. Mientras vivamos obnubilados en una tormenta de ostentación, lujo, posesión… Bajo los grilletes del reloj, egoísmo y ficticio progreso. Por qué no cerrar los ojos, tender un puente entre nuestros labios, hasta el infinito, en un eterno beso.

2 comentarios:

Álvaro Ochoa dijo...

El problema reside en construir ese puente hacia unos labios que un rato más tarde no estén construyendo puentes hacia otros y otros. En resumen, T.D.S P.T.S

Carlos dijo...

jaja, buena deducción Ochoa! Aunque también es condición necesaria a la inversa.

Publicar un comentario