jueves, 28 de julio de 2011

Atlantes del mañana. Capítulo I

Estas líneas narran una historia que quizá ocurriera algún tiempo atrás, o puede que en un futuro no muy lejano.

Un relato que comienza en paraje un tanto recóndito para el ciudadano de a pie, pues en el ocaso del siglo XXI ya no quedan asideros para disfrutar de un instante de quietud o sosiego. El hombre conquistó hasta el último recoveco del planeta. No puede encontrarse reducto salvaje, virgen, inmaculado. Ni siquiera hay pez que pueda bucear sin límites a través del infinito océano sin toparse con una gigantesca red de pesca. Las mareas ya no son libres de azotar el litoral en su particular juego de atracción lunar. Cada movimiento está escrupulosamente controlado. Las probabilidades y consecuencias de cada fenómeno son calculadas sin descanso.

Las apocalípticas y desdeñadas previsiones maltusianas sobre un crecimiento exponencial de la población, a la par que un progreso geométrico en la producción de alimentos, se consumaron de manera inexorable. La mayoría de campos de cultivo dijeron basta. La tierra nos castigó con el barbecho perpetuo. Debido a ello, el hombre buscó en los planetas adyacentes nuevas fuentes de energía y materias primas que explotar y expropiar. Nuevos vertederos a los que plagar de los despojos procedentes de las atestadas urbes verticales. Nuevos paisajes que adaptar y destruir a imagen y semejanza del devastado planeta tierra.

El sol ya no brilla con la misma fuerza que antaño. Las ciudades están pobladas de gigantes que compiten por arañar las nubes, por ser más altos que el vecino, pero en este vano intento ensombrecen las calles habitadas por transeúntes sin rumbo, en penumbra. Una niebla constante puebla cada rincón del burgo. La contaminación ha llegado a ser demencial aunque cotidiana. Los ríos que atraviesan las ciudades no son ya más que arterias obstruidas que riegan su corazón de una sangre enferma.

Ciudadanos automáticos. Máquinas pre-programadas para recibir inputs a cambio de outputs. Feedback en perfecta sincronización vía satélite. En tiempo real, por supuesto. Puertos USB para interiorizar un bit de placer digital en el particular e intransferible terminal del adicto tecnófilo. Los estupefacientes clásicos como la cocaína, marihuana, heroína… desaparecieron hace lustros en el hemisferio norte. En el año 2.311 es posible descargar una dosis de cinco minutos de felicidad, tristeza, añoranza, ternura, compasión, empatía, simpatía, sinceridad, generosidad… como quien compra un paquetito de café de máquina con sabor a Colombia, República Dominicana o Brasil. Cada emoción es cafeína que puede ser experimentada sin indicios de presencia humana a miles de kilómetros a la redonda.

La boyante ingeniería del sabor y el aroma copa los mercados alimentarios. Apenas quedan productos naturales sin procesar. Ningún alimento está exento de todo tipo de aditivos y compuestos químicos. No hay espacio para cultivar debido a que un puñado de empresas multinacionales controlan los últimos latifundios de monocultivos. En cualquier caso, el autómata medio no posee un ápice de tiempo en su estresante jornada laboral para cocinar a la vieja usanza, pues el racionamiento de comida es extremo en aras de mantener sobrealimentados a aquellos que tienen el suficiente dinero.

Las pulsiones e instintos latentes en el más profundo abismo de la psique han sido sublimados cientos de años atrás a través de una novedosa aplicación en el software del hogar. Ningún deseo queda sin recompensar. Todas y cada una de las necesidades han quedado cubiertas. Al igual que el superpoblado cielo, en el que hace tiempo que no volvió a brillar azul el día. Tampoco restan bandadas de aves desafiando la gravedad. Millones de reactores supersónicos surcan la estratosfera del planeta. Hoy es posible viajar de Shanghái a Lisboa en apenas una hora. Las distancias no existen. La espera carece de sentido. El hombre es voraz e insaciable. La felicidad es prácticamente asignatura obligatoria. Al menos de cara a la galería todos pueden mostrar una perfecta aunque falaz sonrisa.

Los sentidos del hombre están completamente atrofiados. Tanto el gusto, acostumbrado a sabores artificiales, como el olfato, hecho añicos merced a un ambiente cargado de polución y smog. Misma suerte corrió la capacidad de raciocinio y abstracción mental. Sucumbió el cerebro al uso indiscriminado de tecnologías que filtran la realidad por el sistema nervioso humano. Seres en diálisis permanente a las ultra-inteligentes computadoras personales, diseñadas ex profeso para pensar por ellos mismos. Para facilitar la vida hasta el punto de que el hombre sufra una paulatina adaptación biológica a las nuevas tecnologías. Con un movimiento de ojos es posible dirigir el cursor en las nuevas pantallas virtuales.

El canon de belleza es un estándar internacional. Las nuevas técnicas genéticas permiten elegir vástagos por catálogo. Como quien configura los extras de un automóvil, ahora es posible establecer de ante mano su altura, peso, tiempo de vida, color de ojos y pelo, musculatura... Quién iba a desear que su hijo no cumpliera los mínimos exigibles por la sociedad. No sería más que un renegado, un desecho pasto del ostracismo social. La belleza carece de belleza, pues cuando un objeto es reproducido en millones de copias similares, no hay otro objeto inferior con el que comparar para determinar su carácter diferenciador, superior.

El trabajo es incesante, los ritmos de producción y consumo han acelerado hasta tal punto la vida que el ciudadano medio trabaja diez horas y duerme apenas cinco. La celeridad de la industria, el transporte y la comunicación hace que aunque el tiempo aún no haya conseguido detenerse, este se haya visto despojado de inicio o final. La vida es circular, al igual que el universo tras la explosión del Big Bang. Casi infinita. Inabarcable.

Un último escalón insoslayable se erige ante la opulenta sociedad postmoderna conformada durante el frenético siglo XXI. Un solo obstáculo por solventar para el ególatra tecno-hombre, profeso discípulo de la ciencia como nueva religión a la que rendir pleitesía. La ansiada inmortalidad es todavía la única utopía que resta por abrazar. Sin embargo, la edad media de la población se sitúa en la decrépita barrera de los 110 años. Fósiles vivientes, rostros desgastados, estirados. La ingeniería del maquillaje y la magia cosmética ocultan el paso del tiempo, de la edad, la erosión y el óxido del todavía indómito viento. Una lucha contrarreloj sin cuartel contra el más viejo enemigo. El tiempo aún no puede detenerse. Es el mayor reto a superar para vanagloria de la inteligencia del hombre. Por muchos años vividos, por irrecordables momentos experimentados, nadie realmente quiere morir mañana.

La Atlántida descrita por Platón, posiblemente la civilización precursora más avanzada, fue sepultada por el mar en un abrir y cerrar de ojos. De la misma forma imperios milenarios sufrieron el advenimiento de su caída de forma repentina. A pesar de la innata prepotencia humana, lo cierto es que no somos más que atlantes condenados en cualquier momento venidero a la completa extinción.

miércoles, 6 de abril de 2011

Adiós ciudad

Hacia la indómita fuerza de la naturaleza. Allí donde podemos dejar atrás todas y cada una de las arbitrarias convenciones, normas y barreras que a veces nos atrapan. Zafarnos así del yugo que nos impide sentir qué es realmente vivir sin miedo. Lugar en el que hallar sabiduría, paz interior, quietud. Reconciliarnos con el resto de criaturas con las que olvidamos compartir planeta y herencia.

La auténtica libertad sin cortapisas. Como el vuelo del majestuoso águila que bate sus alas sin rumbo aparente, guiada por sus primarios instintos hacia donde el caprichoso viento la pose. La cima de la infranqueable montaña, desde la que divisar el primer rayo del nuevo día que se asoma por su ladera, esa que mira hacia el este.

Vagar al compás del cantar de los pájaros, atravesar el bosque sin que sus árboles nos impidan alcanzar la verdad.

Sentirnos como átomos insignificantes y frágiles, para de esta forma comprender que no somos más que una mota de polvo recién caída en la vieja casa de la Historia. Meros huéspedes de la madre tierra, que han abusado de la confianza prestada.

Entes robotizados, automáticos. Reniegan de su ancestral origen. Incapaces de vislumbrar reflejo en el espejo del río de la vida. Arrastrados por la corriente hasta desembocar en un mar de mentiras, regado por las lágrimas de aquellos que sufren.

Damos la espalda al amanecer, ensombreciendo a quienes tan solo buscan una oportunidad de abandonar la miseria.

Detrás de cada rostro y su aparente sonrisa, hay un vacío que solo la salvaje naturaleza puede llenar. El único camino para liberarnos es emprender un largo viaje hacia el infinito del horizonte. Una maleta vacía a la que llenar de vivencias como única acompañante.

Recorrer los cinco continentes y los siete mares, para alimentar de contenido la atormentada alma de esos que no insisten más que en poner diques al mar, en delimitar y categorizar la inmensa e inabarcable realidad.

Entre metros de inmaculada nieve y ruda piedra, el dinero no sirve más que para prender un efímero salvavidas de fuego. Una hoguera en la que desaparezcan las innecesarias posesiones materiales. Una fogata a través de la que purificar el alma, una brasa para calcinar nuestras caducas entrañas. Despojarnos en definitiva de las fuentes que inundan de envidia y egoísmo las calles de la rutinaria vida urbana.

Recurrir a los instintos y emociones elementales, despertar las pulsiones latentes. Supeditar la razón a la solidaridad de la madre que arriesga su vida para dar sustento a sus crías. Romper el cascarón de la mentira en la que entre artificiales nebulosas nos sentimos seguros. Volar del nido en el que solo creemos encontrar calor, romper con nuestros demonios.

Emigrar hacia rutas salvajes jamás exploradas. Buscar con ahínco el verdadero sentido de las pequeñas cosas, esas que nos arrancan una tímida sonrisa en la media noche de la soledad.

Descubrir hoy que la libertad está allí donde no hay ruido, donde el silencio nos revela los secretos que hábilmente nos han sido escondidos. Disfrutar del aroma que nos regala una flor recién nacida bajo el sol de los primeros días de primavera. Soñar despiertos al calor de la madera del roble más anciano. Escuchar la voz que emana del fluir del río.

Solo deseo ser libre como el oso que se hace dueño y señor de la espesa tundra. Como el león que ostenta su cetro como rey de la salvaje llanura. Cual delfín que navega hacia donde la azarosa corriente crea por bien. Como ave sin cadenas que le aten a la finita tierra.

Libertad, ¿dónde te escondes?

Hombre, ¿es que a ella temes?

Echa un puñado de valentía a la espalda y parte hacia sendas imposibles. Siembra de esperanza tu camino. Despídete de la gran ciudad. Da el primer paso y no mires atrás.

sábado, 29 de enero de 2011

De la crisis de Egipto y Túnez, a la Filosofía política en la juventud española



Tras leer una entrada en el blog de un compañero y amigo de clase, bajo el título "Indignémonos", me he decidido a escribir. En su texto aboga porque nos preocupemos de lo que sucede el mundo, sobre todo, tras las manifestaciones y revueltas que están acaeciendo en los países del norte de África, y especialmente debido a la pasividad de una juventud que no se moviliza por nada.

Blogs como el de mi compañero Rafa, impulsan al resto a pensar, escribir y actuar. Tal es mi caso, a pesar de que ya llevo indignado y escribiendo de forma crítica desde hace tiempo. Mi respuesta fue instantánea tras leer el desolador y esperanzador panorama que acontece en Egipto, por ejemplo. Así que lo que sigue es un intento de ejercicio de inferencia política desde lo que sucede en Egipto y Túnez, hasta la realidad política, social y económica de España. Si te quedas aquí, y no eres capaz de tomarte cinco minutos para leer esto, afirmarás la teoría:

Todos los problemas de la sociedad son relacionales. Tienen su causa y origen en las estructuras que la conforman. Desde la sociedad civil, los grupos de interés, los partidos políticos, y el sector bancario y financiero principalmente.

El principal mal del que adolece nuestra sociedad, especialmente en los jóvenes como nosotros, no es otro que la falta de incentivos, la pasividad, el ver los toros desde la cómoda barrera del sofá de casa. Hemos crecido con todas las comodidades, en la abundancia, nunca nos ha faltado de nada. Nuestra generación no ha vivido momentos políticos convulsos, ni ha padecido las consecuencias de una guerra. Tampoco se ha visto sometida al yugo de una férrea dictadura en la que se nos hayan coartado derechos y libertades. Por ende, no nos hemos tenido que movilizar para conseguir nada. Salvo casos puntuales como las manifestaciones en contra de la guerra de Iraq.

Nos hemos convertido en felices ignorantes, preocupados por cultivar el narcisismo y hedonismo. No hemos interiorizado valores que generaciones anteriores tienen. Carecemos de ideales por los que luchar, hemos caído en el nihilismo y consumismo desenfrenado. Somos seres individualistas que tratamos de llegar antes que el resto a ningún lugar.

Preocupante es el hecho de que tenemos una cultura política muy deficiente. Por no hablar del sentido del civismo. En España hay pocos civitas, el que puede robar de lo público, lo hace. No tenemos respeto por el mobiliario urbano, ensuciamos, tiramos la basura en cualquier sitio. No hay cultura de lo público, en definitiva. Solo hace falta dar un paseo por otras ciudades de Europa para saber lo que falta aquí. Y para que la haya, la educación es esencial, hay que socializar políticamente hablando a los niños, desde la escuela, con alguna asignatura que inculque de manera imparcial y objetiva los valores de la democracia, explicando las reglas del juego del Estado de derecho (esto es una opinión muy personal).

El sistema de medios de comunicación (paradójicamente) y entretenimiento, es una de las causas de que no reaccionemos. Los medios tratan la información de manera banal, sin profundizar en la mayoría de los asuntos. Hablan de pasada de esa catástrofe mal llamada humanitaria, nos muestran una anécdota de lo que acontece a diario, no explican las causas de los fenómenos. Y se desmarcan muy poco de las clásicas agendas temáticas, sobre todo, en información internacional. En este tipo de información las fuentes son muy escasas. Así es común ver una persecución de Estados Unidos en la sección internacional, puro espectáculo, show business.
A pesar de ello, la prensa desempeña un papel fundamental como correa de transmisión de la Democracia. El problema es que muchos creen que con la píldora diaria de acontecimientos, con la diálisis permanente de datos sin explicación estamos informados. Más allá de esta tendencia, la información está disponible, quien quiera ahondar sobre cualquier cuestión puede ir a una biblioteca, buscar artículos científicos en Internet… Solo hay que tener inquietud y aprender a separar la paja para llegar a lo relevante.
La cuestión es que estamos navegando en un mar de entretenimiento. Desde el cine a los deportes. Es lo que vaticinó un auténtico visionario, Aldous Huxley, en su archiconocida anti-utopía Un mundo feliz (1932). Según Huxley, la gente llegaría a amar su opresión. Temía que no hubiera razones para prohibir los libros, o restringir el acceso a las fuentes de información, ya que no habría nadie que quisiera leer o informarse. Huxley sostenía que la información sería tan abundante que nos reduciría a la pasividad y egoísmo, que la verdad sería ocultada bajo un mar de superficialidad. Viviendo así bajo un apetito insaciable por divertirnos. Nos arruinará lo que amamos. Y más aún, de acuerdo con el sociólogo norteamericano Neil Postman, deberíamos pregutarnos de qué nos reímos, y por qué hemos dejado de pensar.

Nuestro tiempo libre lo invertimos en comunicarnos a través de narcisistas redes sociales, y a divertirnos. No pensamos, no reflexionamos sobre lo que pasa. También esto es debido en parte, a que recibimos tanta información que no somos capaces de asimilar ni un 50% de lo que leemos o escuchamos. No somos capaces de concentrarnos, no leemos, estamos aprisionados por la presión del tiempo, por la celeridad de una sociedad que se desarrolla sin límites fugazmente. Todo cambia tan rápido, se produce tanto, se viaja tanto, se habla tanto, que hemos perdido el sentido de las cosas, no nos ubicamos. Además, hemos construido nuestra identidad social en base a elementos tan superfluos como artículos de la cultura de masas, más que sobre otro tipo de valores más solidarios y deseables. Nos identificamos con otras personas, sucumbiendo a merced de estereotipos en los que encasillamos a los grupos. Nos unimos en muchas ocasiones a personas por gustos de música, cine, libros y deportes (categorías del perfil –publicitario- de Facebook).

Por otra parte, tenemos una presión tremenda en cuanto a formarnos, a estudiar. Este es un fenómeno curioso, y del que un profesor de la Universidad de Sevilla, y yo estamos escribiendo un artículo científico, me explico: En España, un hecho tan positivo como el que la educación universitaria se haya extendido, y sea accesible para muchos influyendo cada vez menos el origen social del estudiante, está haciendo que salgan ingentes cantidades de licenciados/graduados cada año. Esto podría verse como algo positivo, lo es, pero encierra un problema gravísimo. El mercado de trabajo español, y sus sectores productivos no ofrecen tal cantidad de puestos de trabajo que requieran una formación universitaria, aún menos ahora con la crisis económica. Por ende, los pocos universitarios que logran trabajar al poco tiempo de acabar la carrera, exceptuando las titulaciones técnicas, están “usurpando” el trabajo a personas con un nivel educativo inferior, realmente ajustado a la formación requerida para esas profesiones. Así podemos ver cada vez más a universitarios trabajando de dependientes en cualquier superficie comercial.

La presión que conlleva el tener que diferenciarse del resto a través de todo tipo de másteres y cursos especializados, no hace más que arrebatarnos el poco tiempo que nos resta para ahondar en cuestiones como las que actualmente azotan al planeta. Y para los que tienen menos recursos, hipotecarse el futuro a través de préstamos bancarios. Los cursos de postgrado se están convirtiendo en un incipiente negocio, así como el uso de becarios.

Desde el sector bancario y financiero, la situación se plantea como un absurdo tremendo. Hemos invertido millones de dinero público para salvar a muchos bancos, sin embargo, estos no dan ahora ninguna facilidad para el crédito. Otra contradicción curiosa es que se alienta a los ciudadanos a que compren para reactivar la economía. No obstante, todo ello es debido a una economía de sobreproducción en la que se derrochan recursos y alimentos por doquier. Mientras los supermercados tiran la comida todas las semanas, otros piden dinero porque no tienen qué llevarse a la boca. El problema del hambre es una cuestión de mala distribución de los alimentos, y de ciertas políticas proteccionistas que hacen que países pobres no puedan competir con el primer mundo.
Estamos expropiando unos recursos limitados, por encima de la capacidad de carga del planeta. Ahora muy en boga el término de sostenibilidad, muchas empresas hacen uso de él para vender productos verdes, que de ecológico y sostenibles solo tienen el nombre, ¿coches que funcionan con combustibles fósiles pueden ser ecológicos? No obstante, las energías renovables no dan el mismo dinero, ni a las empresas ni al Estado, al ser mucho más baratas de producir.
Además, la inflación cada año es mayor, curiosamente los sueldos no crecen, y en muchos casos decrecen. No es esto un alegato a favor de la erradicación del capitalismo, sino que hay que tratar de corregir sus numerosos errores desde la base, desde las pautas de consumo de cada uno de nosotros.

Se nos hace creer con todo tipo de estadísticas y números que la panacea del progreso es el crecimiento económico sin límites. No voy a defender que debamos volver a la prehistoria, como hacen algunos ecologistas radicales, sin embargo, creer que el aumento del PIB de un país es el único objetivo es un craso error. España es una marioneta en manos de la UE en cuanto a políticas económicas. Además, algo que no se dice, es que las desigualdades aumentan cada vez más, cada vez hay más ricos y más pobres, mejor dicho, los ricos son mucho más ricos. Y un porcentaje ínfimo de la población mundial (200 personas) acapara fortunas mayores que el PIB de una cantidad considerable de países. Mientras las clases medias se encuentran azotadas ante una inflación insufrible.

En cuanto a la política. Se escucha mucho en los jóvenes el defender una Democracia directa. Es idílica una democracia de este tipo, pero sintiéndolo, ya que a un servidor también le gustaría tan ideal forma de gobierno, solo ha habido dos democracias directas en la Historia. En la Atenas del siglo III a.C. y en la Ginebra del siglo XVIII, si mal no recuerdo, hablo de memoria.

Lo que hay que hacer es fomentar la participación de la sociedad civil en la Democracia, ejercer nuestros derechos para con la libertad. Para ello debemos unirnos, buscar gente con ideas afines en nuestro círculo universitario, por ejemplo. A partir de ahí, reclutar a gente desde nuestro ámbito local, podemos ir construyendo las bases para ir creando grupos de interés que ejerzan presión sobre los partidos políticos, para así cambiar la opinión pública, que es lo que interesa en sus encuestas. Y de esta manera, que se vean atendidas propuestas populares.

No vamos a cambiar el sistema democrático parlamentario, en el que los partidos políticos representan a una mayoría proporcional de los ciudadanos. Las bases del juego están ahí, lo que hay que hacer es explotar sus mecanismos y formas de expresión, que para algo gozamos de libertad de reunión y prensa. Y además disponemos de un altavoz tremendo, que no es otro que Internet. Nuestros antepasados han conseguido arrancar totalitarismos y dictaduras de raíz, sin la mitad de instrumentos de los que podemos valernos nosotros. No hay que pretender hacer una revolución, sería un pensamiento un tanto pueril. No hay que caer en la contracultura ni en radicalismos violentos, porque esto resta más de lo que creemos, y además es combustible para el capitalismo (dícese camisetas de apología comunista, un tanto contradictorio pues, comprar este tipo de productos para expresar una ideología).

La cuestión del “turnismo” de nuevo cuño entre PP y PSOE. España tiene un sistema bipartidista, al igual que muchos países de Europa y del mundo, véase Estados Unidos, Gran Bretaña… La gran diferencia con respecto a Estados Unidos, por ejemplo, es que nosotros no elegimos a las personas, sino que elegimos a los partidos. Esto estriba en que los partidos eligen a sus altos miembros a puerta cerrada. No obstante, gracias que no compartimos otras similitudes del sistema presidencialista norteamericano, donde las tasas de voto son bajísimas, inversamente proporcional a su sentimiento de alienación política.

Es esencial no encorsetarnos en un par de partidos mayoritarios, es vital votar a otros partidos minoritarios para que así haya gobiernos de coalición en los que se atiendan los intereses de partidos con menos votantes, pero que pueden estar representados a nivel nacional en las más altas instituciones debido a la necesidad de los partidos dominantes a coaligarse. Bajo mi punto de vista, esta es una de las soluciones. Comenzar a desmarcarnos del voto dicotómico, A o B.

También es necesario demandar una Democracia más plebiscitaria, donde se consulte con más frecuencia a los ciudadanos sobre asuntos de interés nacional, aunque solo sea a título consultivo, es bien sabido que las encuestas y sondeos de opinión marcan las líneas de actuación de los partidos.

Hay que votar, fuera el absentismo y el voto en blanco, hay ir a las urnas y votar a otros partidos. Hay que eliminar esa sensación de que un voto no vale nada, es un derecho por el que muchos han dado su vida. No se puede ser un gorrón a expensas de que otros actúen, bajo la idea generalizada de que uno más no va a ser significativo en la manifestación o votación.

Esto es completamente personal, pero creo que no hay que creer el discurso clásico del neo-liberalismo que inunda los telediarios especialmente ahora. Ya que este fomenta que tras una crisis provocada por la desregularización de los mercados financieros, respondamos con menos trabas de los estados-nación a los intercambios económicos. Hay que demandar política sociales también, sin dudar de que hay que reducir otros gastos innecesarios que cargan las arcas públicas (sueldos de políticos, pensiones vitalicias, gastos representativos, propaganda…).

En definitiva, si en países árabes, comúnmente tachados de antidemocráticos y fundamentalistas en sus ideas, hay miles de personas luchando en las calles por la libertad, con ínfimos medios por cierto, y bajo una represión brutal, nosotros podemos hacernos oír sin ningún tipo de duda. Podemos explotar todos los instrumentos que nos ofrecen las tecnologías y la formación que estamos recibiendo.

Al menos hay que empezar por pensar, para actuar en consonancia. Y hay que recordar, que como sostiene el francés Pierre Bourdieu: lo real es relacional. Fenómenos de tal magnitud como la Democracia hay que verlos desde lo alto, con una visión caleidoscópica que englobe a todas las instituciones y estructuras que forman la sociedad en la que vivimos. Todo influye, todos influimos.

*Para aquellos que quieran acercarse a la realidad del mundo inteligible a través de la novela o el documental:

Libros:

Documentales:

viernes, 28 de enero de 2011

Yo también estuve allí

En el fondo del océano, donde los sueños rotos se hunden hasta yacer inertes.

En el centro de la ciudad, donde las luces ciegan y eclipsan, ante una marea de caras desnudas.

Tras la falsa sonrisa de aquellos que no buscan más que el interés a través de cualquier medio.

En la última parada del metro, como un transeúnte, mendigo, sin limosna en el submundo.

Una fría mañana de domingo, sin propósito, en la que no eres capaz de zafarte de las sábanas que te envuelven en la cama.

Un juego de sombras, persecución de fantasmas.

Un teléfono que no suena, o que quizá cuando rompa su silencio, nadie responda.

La complicidad entre dos miradas que juegan al esquivo.

Una carrera de obstáculos en la que muchos llegan a la meta valiéndose de todo tipo de artimañas.

Aquella piedra que lanzaste al vacío.

Ese camino del que en el último momento te bifurcaste.

El eco del desgarrador grito que parte de las entrañas.

Aquel tren que perseguías y perdiste en el último momento, impotente testigo de su despiadada huida.

La moneda que lanzaste al aire en busca de un golpe de suerte.

La tórrida tarde de un día de verano, la piscina a la que nunca te zambulliste.

El oído que no escuchó.

La mano que nunca se tendió en tu ayuda.

La espalda de aquel que marchó.

La lágrima que se desliza a través del páramo de tu rostro, sucumbiendo ante la comisura de unos labios huérfanos, pues no tienen quién besar.

Las notas de la canción que bucean en tu cabeza, sin oxígeno.

La estrella fugaz que otra noche esperabas.

Ese día lluvioso postrada en el sillón, sin saber muy bien en qué o quién pensar, escuchando en cada gota el adiós de una ilusión.

La hoja del árbol que cualquier otoño viste caer, posándose sobre el húmedo suelo, del revés, de espaldas al cielo.

La ígnea luz que encendiste y nunca se extinguió, petrificada.

El deseo que al apagar el fuego de una vela no pediste.

Ese sueño truncado a medio camino, ese sueño que trataste de volver a soñar y que cayó en el olvido.

El viaje que no tuviste valor de emprender, la maleta que dejaste vacía, todo aquello que temías dejar atrás.

El secreto que atesoras en lo más profundo de tu interior.

El lápiz que quedó sin punta con la que escribir un par de versos.

La brisa que azota tu ventana rompiendo el silencio en un susurro lejano.

Aquellas noches al volante atravesando una carretera iluminada por la luna, solitario satélite, sin acompañante.

El epílogo de ese libro que no terminaste de leer, cubierto de olvido en una estantería de tu habitación.

Ese día que se repite una y otra vez, círculo vicioso del que no sabes cómo escapar, cautiva de la rutina.

He estado en todos esos lugares. Soy cada una de esas llamadas sin respuesta. La otra cara de la moneda. El café que dejaste a la mitad, frío sobre la mesa. Y sé, que un día cualquiera, quizá mañana, puede que nunca, nos encontraremos el uno al otro, el otro al uno. Aguarda, no hay prisa, aunque durante la dura espera solo pueda esbozar media sonrisa.

martes, 11 de enero de 2011

Dibuja el camino, traza la línea, no creas en el destino

Sendero de oportunidades y desengaños. Carrera de fondo que parte de una cueva repleta de sombras, bajo el fuego de una solitaria antorcha. Verdad y mentira, hermanas e hijas de cada uno de nosotros, inseparables amigas, juegan inocentes en el patio trasero de casa. Peldaño tras peldaño, unos sufren, al ostracismo condenados, sonámbulos que pernoctan en el sótano. Mientras tanto, otros en ascensor vuelan hacia el ático.

Cuántas puertas cerramos ignorando a aquellos que quedan atrás, en el olvido. Paso a paso en un lúgubre y estrecho pasillo, repleto de habitaciones, cual caja fuerte de combinaciones. Fortín inexpugnable donde brotan nuestras inquietudes, temores, sueños, esperanzas, deliberaciones. Red que arrastra e internaliza cada palabra hacia algún paraje donde las ideas brotan. Escultor y demiurgo de precisas manos. Concibe un arquetipo, que en su torno gira y gira, sin cesar.

Cada persona, el centro de un universo, la verdad absoluta en cada uno de nosotros. Qué somos frente a un océano de inconclusión, no más que polvo, una partícula insignificante que el viento no vacilará en arrastrar.

Por cada amanecer, su inevitable ocaso. Día y noche se funden como secretos amantes cuando el reloj marca las doce. Dos manecillas que durante segundos coinciden en un mismo instante y lugar. Apuntando en la misma dirección, hacia el norte. Dos miradas que iluminan la serpenteante ruta. Halagüeños presagios. Viaje en el que el sol se hunde perezoso, hasta que su último haz de luz bucea en el fondo del océano. Criaturas submarinas buscando con ahínco un tesoro oculto. Reminiscencia de piratas y luchas encarnizadas, atrapadas en las páginas del vetusto libro de la Historia, entre dos polvorientas tapas. Cofre de preciado oro, escondido tras las piedras con las que cada día tropezamos. Mas así nos mantenemos en vilo, como un funambulista guardando el equilibrio, evitando caer al abismo.

La sonrisa de un niño, las arrugas de la experiencia y sabiduría del anciano abuelo. Cicatrices como vestigio de mil batallas perdidas, en las que nuestra faz quedó curtida. Claudicó, hincó la rodilla, firmó el armisticio, se postró la razón frente a la emoción. Las pulsiones que nos catapultan a actuar cual animales encerrados en una angosta jaula. Inquietante lugar donde hay hombres que se arrastran para que la mayoría disfrute de libertad. Paradoja, contraposición, disparidad, antagonismo, antítesis, desigualdad. Sinónimos de la vida. Unos nunca tienen suficiente, otros solo sal para las heridas.

Las gotas de lluvia y llanto mojan nuestra piel, haciéndonos sentir el pulso. Inhalar, exhalar, bocanadas de vivencias puras. Caer para volver a estar en pie. Competición contrarreloj. Ansiamos hallar alegrías que llenen de víveres la despensa, en sus rincones plagada de telarañas. Una criba en la que tratamos de atesorar recuerdos, mas es imposible retener todos y cada uno de los granos, la arena se nos escapa. Anécdota, simplificación, efímera felicidad, sinrazón.

Una llama que paulatinamente se agota. En cuanto las nubes descarguen su rabia y purifiquen el suelo de la miseria gota a gota. Borrón y cuenta nueva. Construir con manos manchadas de sangre una faraónica empresa. Para que en un manojo de años el terremoto de la codicia lo destruya. Usar y tirar. Almas en oferta, rebajas en amor y amistad, sin garantía.

Continentes de hombres sin contenido. Países de autómatas sin respiro. Narcotizados por el fuego que borra los errores, jamás habrán acontecido. Excepto por aquellas cenizas, rescoldos, que al igual que el polvo en el que tornaremos, abrazarán el cielo para yacer en manos de alguien arrepentido.

Tantas preguntas, tantas respuestas. Tantas verdades, tantas mentiras. Sitas en una inaccesible montaña. Enterradas por cada níveo copo. Blancura inmaculada, sepultada desmesura.

Quizá mañana, vivir en un callejón, vagabundo en cada urbe, inquilino de una sola noche, flanqueado por las murallas del burgo. Aguardando tomar asiento en un frío andén. Polizón sin billete, ni siquiera de ida. Mero azar, baile de máscaras, rostros fugaces, aleatorias despedidas. Último tren. Ferrocarril sin destino, estación tras estación, nómada sin camino. Vagando por un desierto rebosante de aquella arena que escapó de la criba. En misión de exploración, se vislumbran espejismos, exhaustos por el sofocante calor, un reducto de agua, espejo de un ente sin alma, sin calma.

Alrededor de la verde e idílica hierba de la pradera, una cabaña se erige en la colina. Calcinándose se encuentra su interior, a la espera de un alma vecina. La brújula guía al caminante sin camino, despistado a través de bancos de niebla, hacia el norte. El desenlace de la función se interpreta en el cénit, punto más lejano, del horizonte.

Lugar que será arduo alcanzar. Mientras vivamos obnubilados en una tormenta de ostentación, lujo, posesión… Bajo los grilletes del reloj, egoísmo y ficticio progreso. Por qué no cerrar los ojos, tender un puente entre nuestros labios, hasta el infinito, en un eterno beso.