domingo, 18 de abril de 2010

Globalización, monocultura, publicidad, identidad y ocio

"La televisión está alterando el significado de la expresión “estar informado”, al crear un tipo de información, que para ser más exactos, habría que calificar como desinformación. Y estoy empleando esta palabra casi en el mismo sentido en que es utilizada por los espías de la CIA o de la KGB. La desinformación no significa información falsa, sino engañosa, equívoca, irrelevante, fragmentada o superficial; información que crea la ilusión de que sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento”.
(Neil Postman, “Divertirse Hasta Morir")
Las corporaciones se han convertido en una institución socializadora más, nos dan virtudes, que podemos comprar. Nos convierten en compradores compulsivos de productos que no necesitamos, de esta forma el crear deseos para satisfacer necesidades ficticias se hace común, así como la filosofía de la inutilidad, centrada en aspectos insignificantes de la vida, individuos que solo se preocupan de cuántas necesidades creadas son capaces de satisfacer, personas aisladas.
El objetivo de la publicidad es moldear desde la infancia a la gente, la cultura popular cada vez está más ligada a la cultura de los medios y de los productos publicitados. Los niños cada vez están más influenciados por la cultura televisiva y publicitaria, ya que esta industria gasta 12.000 millones al año en atraer y encadilar a un sector tan rentable y a la vez permeable como el infantil, de ahí la dificultad y a veces imposibilidad de los padres para detener esto.
Las corporaciones no crean productos, sino marcas, un producto tremendamente invasor al que estamos expuestos a diario mediante un incesante bombardeo de mensajes explícitos y encubiertos de marcas. El culto al logotipo y al estatus que ficticiamente nos confiere el llevar un cocodrilo cosido al pecho. (Documental: The Corporation)

Publicidad y construcción de la identidad

La publicidad y el fenómeno globalizador "han desarrollado" una nueva identidad, que se erige como la meta deseable para todos y cada uno de nosotros, una identidad compuesta por elementos tan superfluos como pueden ser el llevar una marca de vaqueros, el conducir un deportivo, el fumar una marca de cigarrillos, o el poseer un exclusivo teléfono móvil con diamantes incrustados.
No más allá de la realidad, ni siquiera el color y el sexo son elementos absolutos de la identidad, con más razón, por tanto, todos los demás son todavía más relativos, y más ficticios. Esta identidad ansiada, y reflejada en nuestros televisores, como una utópica y alcanzable forma de vida, solo puede ser abrazada a través de la compra de todo tipo de productos, de la satisfacción de necesidades creadas, y mediante la inclusión en grupos de pertenencia, cargados de estereotipos, los cuales se identifican a través de productos que cualquiera de nosotros podemos comprar. Por tanto, la identidad que se nos pretende inculcar, es un mero instrumento publicitario para engrosar la cuenta de resultados de las grandes multinacionales, y en muchos casos a costa de la explotación de trabajadores en fábricas situadas en países del tercer mundo, y cómo no, de la contaminación del medio ambiente.
Todo ello conduce irremediablemente al esclavismo consumista de una nueva sociedad en la que el concepto identitario en una mera cuestión banal. Podemos despertarnos, tomar Corn Flakes para desayunar, vestir un polo Tommy, conducir nuestro Ford, almorzar en Mac Donals, socializar a través de Facebook, cenar en Fosters Hollywood, salir al cine y ver una película de la Fox mientras bebemos nuestra Coca Cola, y al llegar a casa ver Los Simpsons. De esta forma solo hemos alimentado a una industria y a una cultura, sin darnos cuenta, de manera inconsciente.
Esta es la verdadera monocultura que aparece como caballo de Troya de la globalización.

Ocio y Consumo


El ocio se ha convertido en sinónimo de compra, los grandes centros comerciales y las cadenas de comida rápida se han convertido en nuestros espacios de recreo y distensión, en espacios de socialización con nuestros congéneres. Todo ello en detrimento de la cultura, lectura, escuchar al otro, hablar sobre nuestras preocupaciones y problemas…, en contrapartida, no tenemos reparos en comentar las hazañas de los héroes de barro televisivos, o por presumir de nuestro nuevo teléfono de ultimísima generación. Pobre del que no conozca las últimas andadas del personaje de turno de Gran Hermano, o del que todavía no haya ingresado en el paraíso narcisista de las redes sociales.

No soy un apocalíptico a lo Umberto Eco, antiamericano ni anticapitalista, no soy comunista, tampoco anarquista, en definitiva, soy uno más, un hipócrita, aunque al menos, sé lo que soy.

3 comentarios:

Rafa dijo...

Puto Carlos... no se cómo sacas tiempo para escribir toda esta mierda tan buena jeje
Un día tenemos que hacer un debate de este puto mundo con unas cervecitas... de la marca Cruzcampo, que a su vez pertenece a Heineken y que podría seguir diciendo pero creo que queda claro por donde voy xD

Anónimo dijo...

chingense

Maquiavelico dijo...

segun el libro 13'99 (muy interesante y el cual te recomiendo que seguro que te gusta tanto como a mi) el occidental medio está expuesto de media a 4000 anuncios diarios, y 350.000 al año

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