miércoles, 28 de marzo de 2012

Adiós sin despedida


Ella es como el caminar de pies desnudos sobre la gélida superficie de una madrugada invernal cualquiera. Quebradiza, sutil, como una fina capa de hielo a punto de resquebrajarse en mil pedazos. Ella es etérea y fugaz, como un espejismo. Es la fotografía capturada por un objetivo desenfocado en el centro de la ciudad noctámbula y luminosa que nunca duerme. Ella es la lágrima que se desliza a través del páramo de tu rostro, sucumbiendo ante la comisura de unos labios huérfanos que no tienen quién besar. Le susurro muy cerca hasta sentir su pulso, al oído, que cuando el sol se hunde en el océano busco esos labios que no digan adiós esta noche, esos labios ahogados en alcohol que no mientan entre líneas. Ella queda impasible, no hay mueca en su afilado rostro que destile una mísera gota de compasión. Sin responder su respuesta es caminar, sin volver su esquiva mirada de ojos negros atrás. Sobre la nieve recién caída, sus huellas esquilman a fuego lento un alma de tierra baldía. Huye de espaldas mientras quedo hipnotizado ante el fatal embrujo del baile de su cabello, el cual se balancea al son del eléctrico viento polar que se clava como una tormenta de cristales puntiagudos en mis pulmones humeantes. Absorto por su sinuosa silueta tallada por artesano de milagrosas manos, se funde entre la espesa niebla. El silencio lo inunda todo con su ausencia. Solo el rumor de unos pasos que se alejan rompe este interminable instante con un par de puñaladas certeras. La noche se pierde entre las sombras al despertar desorientado de este maldito sueño. Escena que se representa una y otra vez en un escenario de cartón piedra, simulacro de teatro sin público ni aplausos. Condenado prisionero a sobrevivir en cadena perpetua de un adiós sin despedida.

0 comentarios:

Publicar un comentario