miércoles, 28 de marzo de 2012

Adiós sin despedida


Ella es como el caminar de pies desnudos sobre la gélida superficie de una madrugada invernal cualquiera. Quebradiza, sutil, como una fina capa de hielo a punto de resquebrajarse en mil pedazos. Ella es etérea y fugaz, como un espejismo. Es la fotografía capturada por un objetivo desenfocado en el centro de la ciudad noctámbula y luminosa que nunca duerme. Ella es la lágrima que se desliza a través del páramo de tu rostro, sucumbiendo ante la comisura de unos labios huérfanos que no tienen quién besar. Le susurro muy cerca hasta sentir su pulso, al oído, que cuando el sol se hunde en el océano busco esos labios que no digan adiós esta noche, esos labios ahogados en alcohol que no mientan entre líneas. Ella queda impasible, no hay mueca en su afilado rostro que destile una mísera gota de compasión. Sin responder su respuesta es caminar, sin volver su esquiva mirada de ojos negros atrás. Sobre la nieve recién caída, sus huellas esquilman a fuego lento un alma de tierra baldía. Huye de espaldas mientras quedo hipnotizado ante el fatal embrujo del baile de su cabello, el cual se balancea al son del eléctrico viento polar que se clava como una tormenta de cristales puntiagudos en mis pulmones humeantes. Absorto por su sinuosa silueta tallada por artesano de milagrosas manos, se funde entre la espesa niebla. El silencio lo inunda todo con su ausencia. Solo el rumor de unos pasos que se alejan rompe este interminable instante con un par de puñaladas certeras. La noche se pierde entre las sombras al despertar desorientado de este maldito sueño. Escena que se representa una y otra vez en un escenario de cartón piedra, simulacro de teatro sin público ni aplausos. Condenado prisionero a sobrevivir en cadena perpetua de un adiós sin despedida.

sábado, 24 de marzo de 2012

Un gramo de libertad


Una dosis de adrenalina atravesando tus arterias en sentido contrario, sin frenos y a dos cientos por hora. Siguiente salida, autopista al epicentro de tu vena. Nueva savia que coloniza hasta el último territorio virgen de tu cuerpo. El corazón bombea ahora una sangre cáustica, compuesta de sustancias con un efecto impredecible. Con bastante probabilidad se podría afirmar que estaremos tumbados en el seno de esponjosas y mullidas nubes vestidas de blanco inmaculado, nuclear. Evadiéndonos de la cruda realidad, huyendo a miles de kilómetros de distancia por unos efímeros aunque placenteros instantes. Riéndonos de nuestras miserias cotidianas. Dejando a un lado todo aquello que nos atormenta, como una colilla abandonada en la cuneta. Alas de quita y pon. Esa especie de fuego interior que no sabes muy bien cómo describir. Esa llama que en ocasiones te quema para recordarte que estás vivo. Eso difuso y etéreo a lo que llaman alma.

Que no eres una puta máquina programable en jornada de siete a dos, pausa de cortesía para un almuerzo anémico y vuelta al tajo que detestas pero que necesitas para pagar religiosamente las letras del coche al que te has hipotecado. Ataúd sobre ruedas del que precisas para llegar hasta el atolladero de los sueños cada mañana. Para alimentar de combustible un motor de jornadas esclavizantes de un sistema absurdo en el que perseguimos sin pausa la zanahoria de la libertad. Conejos a la fuga, acechados por una manada de cazadores furtivos sin escrúpulos, en busca y captura.

Desautoriza a los poderes dominantes. Reta a las autoridades, a la jodida violencia legitimada por una Constitución escrita con la sangre derramada por aquellos que trataron de buscar una utópica salida, por aquellos que prefirieron morir de pie en lugar de vivir arrodillados toda su vida, por quienes soñaron con un mundo algo más fumable. Poderes fácticos los llaman, en la palma de la mano de un puñado de plutócratas extravagantes que se ríen en tu puta cara regados de coñac gran reserva. Ocultando sus tejemanejes tras el espeso humo de un puro habano que se consume a fuego lento. Sacrificando peones esculpidos en diamantes de sangre. Jactándose de poseer un ejército de esbirros encadenados a sus órdenes a los que poner en jaque a las primeras de cambio.

Prueba a cortar tus grilletes, a no ser un eslabón más con código de barras al dorso. Un perfil publicitario de la multinacional de turno, una mera cifra estadística. Corta las cuerdas que mueven los hilos de este teatrillo de marionetas. Pincha las ruedas de la avaricia. Conviértete en acreedor de los verdugos de la libertad. Intenta esquivar la norma prestablecida. Trata de escapar del rebaño de ovejas que tarde o temprano acabará en el matadero de los sueños. Deja volar tu mente. Escribe un poema, plasma tus pensamientos extraviados en un papel si eso te hace sentir más libre. Agarra un puñado de notas y compón una canción con tu guitarra desafinada, hasta que cada acorde penetre tu cerebro como la bala de una nueve milímetros directa a la espina dorsal de tu sistema nervioso. Tiñe de espray las decadentes murallas de las ruinas urbanas. Colorea días grises. Crea. Comparte. Ríe. Disfruta. Olvídate del tic tac del reloj. Vive el momento sin perder de vista el futuro. Ese día de mañana que se escapa a la vuelta de la esquina si no estás ahí para atraparlo. No alquiles tu libertad a aquellos que hipotecarían hasta a su madre en cómodos plazos por un par de ceros más en la cuenta. Olvídate de ser un arrogante multimillonario podrido de billetes, de ser el Brad Pitt de turno. No pienses más que en la vida la fama, la riqueza y los bienes materiales son la panacea de la sociedad industrial avanzada post-moderna. Un eufemismo para describir una sociedad de racionalidad instrumental en la que el hombre no es un fin en sí mismo, sino un mero intermediario de los distribuidores de la opresión. Deja la diálisis de la mentira que cada día nos sirven en bandeja de plata. No creas más a los anuncios que prometen solución a cada problema en forma de productos milagrosos. Productos que te harán sentir mejor, diferente, especial, de otro mundo. Un decrépito cocodrilo en el pecho cosido por niños esclavos vietnamitas como forma de distinción de la chusma de la masa. Una manzana podrida como nueva religión tecnológica a la que rendir pleitesía. Votos de usar y tirar. Propaganda de mensajes vacíos, de partidos políticos sin discurso. Salvadores, profetas, rencarnaciones de Jesucristo y otras deidades, ¿cuándo fue la última vez que bajasteis de vuestro nirvana particular para mover un dedo por aquellos desposeídos del reino de los cielos?

Acaba con todo ello, haz girar el globo terráqueo y verás que no eres más que un mísero punto en esa colosal esfera azulada. Tu cultura, religión y sociedad solo son una apuesta más en una mesa redonda de jugadores de póquer empedernidos. Ludópatas de farol a los que gusta jugar al despiste ocultando sus ojos tras oscuras gafas de sol. Tu modo de vida no es más que una incógnita de una ecuación sin solución. No mires con aires de perdonavidas al inmigrante a quien crees hacer un favor por vivir en una patria de fronteras invisibles. Todos y cada uno de nosotros somos nómadas de raíces mestizas. El mundo carece de centro. Todo depende de dónde se sitúe la mirada, de cual sea su punto de partida, su perspectiva. Una mirada cegada por los traficantes de mentiras, por un desfile de sombras, un baile de máscaras en el teatro de la vida. Función representada por actores de medio pelo que improvisan papeles diseñados por guionistas de resaca.

Vive si puedes olvidarte del tiempo. Que tu hora no la marque el reloj que dicta el caminar de tus pasos. Sin alternativa, con destino prefijado. No vendas tu alma. No permitas que los mercados especulen con la evolución de los índices que ponen precio a las sonrisas per cápita.

Engánchate a la droga más dura que existe. Pilla un gramo de libertad.